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Estados Unidos se atrinchera: miedo, delirio y decadencia, bajo un domo dorado

Stalin Magazine
Por Stalin Vladimir 21/05/2025

Estados Unidos está levantando una cúpula. No una cúpula del pueblo ni una cúpula de la justicia, sino una cúpula dorada que busca encerrar su propio miedo. El Presidente Donald Trump la anunció como si fuera una hazaña histórica, un escudo absoluto que protegerá a su nación de todo lo que él considera “el mal”. Pero lo que realmente revela esta cúpula es el temblor de un imperio que ya no confía ni en su propia sombra.

Acompañado de su séquito militar, Trump presentó su plan: una megainversión de 175 mil millones de dólares para crear una estructura defensiva con sensores satelitales, interceptores hipersónicos, sistemas láser, radares de largo alcance y vigilancia continua desde tierra, mar y espacio. Un proyecto que será ejecutado bajo la supervisión del General Michael Guetlein y que, según él, estará listo antes de finalizar su mandato. Es una copia maquillada y más cara de la “Cúpula de Hierro” del genocida Gobierno israelí. Pero en el fondo, es una prisión dorada construida no para proteger a un pueblo, sino para blindar los delirios de poder de una casta que teme al mundo que ayudó a incendiar.

Porque no es defensa lo que buscan: es encierro. Ya no les basta con 800 bases militares repartidas por el planeta. Ya no les bastan los portaaviones, los drones, la OTAN ni sus alianzas de conveniencia. Saben que están solos, saben que el mundo les ha dado la espalda, y saben que el tiempo de imponer se les acabó. La cúpula dorada no es un símbolo de fuerza: es el último recurso del que se sabe rodeado.

La historia reciente lo confirma. Cada vez que Estados Unidos siente que pierde control, responde con fuego: Irak, Siria, Libia, Afganistán, Irán, Palestina, Yemen, Somalia, Sudán, Haití, Venezuela, Cuba, Bolivia, Nicaragua. Y no sólo guerras con tanques y bombas, sino guerras sucias: financiamiento a mercenarios, sanciones económicas, bloqueos criminales, desestabilización política. En Nicaragua, no lo olvidamos. Nos invadieron con marines cuando Sandino los enfrentó y los expulsó con dignidad. Después, durante los años de Reagan, financiaron a la “contra” para destruir nuestra Revolución Popular Sandinista. Pero no pudieron ni podrán. Aquí también quisieron imponer su dominio, y aquí también fracasaron.

El imperio no construye esa cúpula por los misiles rusos ni por la inteligencia china. La construye porque tiene pánico del cambio de época. Porque se le va de las manos el viejo orden mundial y ya no puede detenerlo. Porque ve surgir nuevas alianzas basadas en respeto, cooperación y soberanía, y eso le aterra más que cualquier bomba.

Mientras Trump habla de “una cúpula bonita” como si fuera una joya de exhibición, los pueblos del mundo recuerdan las ruinas que ha dejado su país. A lo largo de los continentes, hay ciudades reducidas a polvo, generaciones mutiladas por la guerra, culturas quebradas por la intervención. La cúpula dorada no podrá silenciar esas voces. El oro con que la quieren adornar no alcanza para cubrir las tumbas ni para comprar el perdón de la historia.

La narrativa imperial quiere vender al mundo la idea de que esta cúpula es el escudo de la libertad. Pero no es más que una jaula de alta tecnología. Una cárcel autoimpuesta por quienes saben que ya no tienen legitimidad moral, ni política, ni cultural. Cuando se necesita blindarse tanto, es porque el enemigo no está afuera. Está adentro, en las entrañas del propio sistema.

Y así, Estados Unidos confirma lo que ya muchos sospechaban: que su grandeza no era más que fachada. Que su poderío militar no da seguridad sino paranoia. Que ni con toda la maquinaria bélica del planeta pueden dormir en paz. La cúpula dorada es el símbolo perfecto de un imperio que, antes que caer, prefiere encerrarse en su propia fantasía de invulnerabilidad.

Pero ni el oro ni el acero podrán protegerlos del juicio de los pueblos. Porque el miedo de hoy es apenas el reflejo del daño que han sembrado. Y cuando los pueblos despiertan, no hay domo que aguante la tormenta.

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