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Alfieri, el médico de Francisco. Relata las últimas horas del sumo Pontífice

Vaticano
Por Redacción Central 24/04/2025

La muerte del Papa Francisco no fue simplemente el cierre de una era en la Iglesia Católica; fue también el desenlace de una relación profundamente humana entre el pontífice y quienes lo acompañaron en su camino final. Entre ellos, destaca el doctor Sergio Alfieri, el cirujano que no solo fue su médico de confianza, sino también un confidente en los momentos más frágiles de su vida.

Alfieri, un hombre acostumbrado a las tensiones de los quirófanos, se enfrentó a un escenario distinto en las últimas horas del Papa: no había bisturí que pudiera salvar, no había tratamiento que detener el inevitable paso del tiempo. Lo que quedaba era el gesto humano, la caricia, la presencia silenciosa ante el final de un hombre que había abrazado al mundo entero desde el Vaticano.

La madrugada del lunes fue distinta. El enfermero personal de Francisco, Massimiliano Strappetti, lo llamó a las 5:30 con una alarma que Alfieri, en el fondo, ya intuía: “El Santo Padre está muy mal, tenemos que llevarlo al Gemelli”. Sin embargo, el Papa había dejado clara su voluntad: morir en casa, en su refugio de Santa Marta, lejos de la frialdad hospitalaria. Cuando Alfieri llegó, veinte minutos después, se encontró con una imagen que jamás olvidará: Francisco tenía los ojos abiertos, pero ya no respondía. «Le di una caricia», recordó el cirujano, un gesto simple, pero cargado de todo lo que las palabras no alcanzan a decir.

El reloj marcaba las 7:35 cuando el corazón de Jorge Mario Bergoglio se detuvo tras un derrame cerebral que desembocó en un colapso cardiorrespiratorio. La escena fue íntima, respetuosa, cargada de recogimiento. Allí estaban Alfieri, Strappetti, algunos enfermeros y el círculo más íntimo del pontífice. El cardenal Pietro Parolin, consciente del momento sagrado que vivían, los convocó a rezar el rosario alrededor del cuerpo del Papa, en un último gesto de unión espiritual.

Para Sergio Alfieri, el Papa Francisco sabía que su tiempo estaba llegando a su fin. En los días previos, el pontífice parecía obsesionado con «cerrar ciclos», dejar todo en orden, como si presintiera la cercanía del desenlace. Diez días antes de su muerte, le pidió al médico organizar una reunión con todas las personas que habían cuidado de él. Alfieri, intentando postergar el encuentro, le sugirió esperar. Pero el Papa, con esa firmeza que lo caracterizaba, respondió: “Los recibo el miércoles”.

Esa fue su manera de despedirse. No desde el lecho de muerte, sino desde la vida activa, ejerciendo su misión hasta el último aliento. Visitó cárceles, rezó en basílicas, y saludó desde la Plaza de San Pedro en Pascua, apenas unos días antes de su partida. “Volver a trabajar era su terapia”, explicó Alfieri, quien reconoció la voluntad indomable del Papa, que ignoró los 60 días de reposo indicados tras su última intervención quirúrgica.

El sábado previo a su fallecimiento fue la última conversación entre médico y paciente. Después del almuerzo, Alfieri visitó a Francisco y, como un gesto de cercanía, le llevó una pastafrola oscura, una de las delicias preferidas del Papa argentino. “Estoy muy bien”, le dijo Francisco con una sonrisa serena, ajeno al cansancio que su cuerpo ya acumulaba. Habló de su retorno al trabajo, de cómo eso le hacía bien, y de sus planes para seguir adelante, como si el tiempo aún le concediera tregua.

Pero más allá de las palabras, Alfieri sentía que el Papa había comenzado a despedirse. Había algo en su mirada, en su determinación por dejar todo resuelto, que indicaba que el final se acercaba. Para el cirujano, que acompañó dos veces al pontífice en el quirófano y ahora lo hacía en el umbral de la muerte, la experiencia fue una mezcla de dolor y privilegio: «Me siento honrado de haber estado con él en ese momento», confesó conmovido.

El Papa Francisco se fue como vivió: fiel a su gente, trabajando hasta el último día, cerrando ciclos, dejando el alma en cada gesto. Donó sus últimos 200.000 euros a los presos, en un acto final de generosidad que resume su pontificado. Murió rodeado de los que lo cuidaron, en la intimidad de su hogar, en paz.

Y quedó en quienes compartieron esos últimos momentos, como Sergio Alfieri, la memoria imborrable de un hombre que, incluso en su fragilidad, fue ejemplo de entrega y humanidad.

Su partida deja un vacío inmenso, pero también una herencia espiritual que, como las caricias del médico en su lecho de muerte, perdurará en el corazón de quienes lo conocieron de cerca.

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