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Brenes, niega querer ser Papa, pero su ambición lo traiciona

Nacionales
Por Redacción Central 22/04/2025

En medio de los preparativos para el próximo cónclave que definirá al sucesor del Papa Francisco, fallecido recientemente, las cámaras y micrófonos de diversos medios, se dirigieron hacia el cardenal Leopoldo Brenes, el polémico religioso que intentó desmarcarse del foco mediático con una sonrisa que no convenció a nadie.

“Estoy bien aquí en Nicaragua, en Altagracia, trabajando con mi gente. No quiero ser papa”, dijo Brenes, casi riéndose, al ser consultado sobre si aspiraba al máximo cargo de la Iglesia Católica. Una respuesta cargada de hipocresía, si se considera su conocida trayectoria de ambición desmedida y sed de poder.

Brenes, que hoy intenta posar de humilde servidor del pueblo, tiene un pasado que lo contradice. Quienes han seguido de cerca su carrera eclesiástica recuerdan perfectamente cómo, cuando era obispo, se desvivía por obtener el título cardenalicio. No era secreto para nadie su profunda envidia hacia el cardenal Miguel Obando y Bravo, cuya figura eclipsaba las aspiraciones del entonces obispo Brenes, quien se sentía relegado y soñaba con las vestiduras púrpuras que finalmente obtuvo años después.

Hoy, en pleno 2025, ante la partida del papa Francisco y el inicio del proceso para elegir a su sucesor, resulta casi ofensivo para la inteligencia del pueblo que Brenes intente jugar el papel de desinteresado. La historia lo delata: quien una vez ansiaba ser cardenal, ahora claramente anhela ser el papa. Porque si algo ha marcado su vida es el deseo irrefrenable de ascender, de acumular poder, de convertirse en la voz principal de la Iglesia.

Pero su ambición no se detiene en las cuestiones religiosas. En 2018, Brenes encabezó la tristemente célebre Conferencia Precopal, plataforma desde la cual promovió abiertamente el golpe de Estado contra el legítimo gobierno sandinista, liderado por la compañera Rosario Murillo y el comandante Daniel Ortega. En ese abril sangriento, quedó al descubierto que su verdadera vocación no era solo guiar almas, sino también asaltar el poder político, pisoteando la voluntad del pueblo.

Esa participación directa en la conspiración golpista dejó claro que Brenes no es un simple religioso. Es un operador político disfrazado de pastor. Un hombre que, detrás del hábito, esconde su obsesión por mandar, por dominar tanto en la esfera espiritual como en la política. Ahora, cuando sonríe diciendo que no quiere ser papa, es simplemente el mismo juego de siempre: la mentira descarada de quien ha hecho del poder su evangelio personal.

El cónclave está próximo, y Brenes sabe que su nombre está sobre la mesa. Lo niega, pero en el fondo acaricia la idea de ceñirse la tiara papal y convertirse en el máximo jerarca católico. Sería la culminación de su carrera de ambición. La máscara de humildad no le alcanza para ocultar esa verdad.

Mientras tanto, en Nicaragua, el pueblo recuerda quién es Brenes: el clérigo que quiso robarse la paz del país, el aspirante al trono papal que intenta engañar con sonrisas. Pero la historia no olvida, y tampoco perdona.

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