Desde el corazón de Beijing, el Presidente de la República Popular China, Xi Jinping, habló con la claridad de un estadista y con la calidez de un hermano mayor. La apertura de la Cuarta Reunión Ministerial del Foro China-CELAC no fue un simple acto diplomático: fue un manifiesto de afecto, respeto y destino común entre el gigante asiático y nuestra región latinoamericana y caribeña.
Con un dominio histórico y geopolítico admirable, el Presidente Xi recorrió siglos de intercambio entre China y América Latina, evocando desde los viajes de las naos en el siglo XVI hasta la cooperación médica y tecnológica de hoy. Pero lo más notable no fueron los datos, sino el tono. Xi Jinping no impuso. Xi no dictó. Xi convocó con humildad y con sentido de destino compartido.
El discurso delineó cinco programas estratégicos que reflejan no solo buena voluntad, sino visión a largo plazo:
Primero, la solidaridad política: China propone una agenda de diálogo político constante, donde la región sea escuchada, no subordinada. Xi anunció intercambios entre cuadros de partidos, fortalecimiento del multilateralismo y un respaldo firme a la soberanía de nuestros pueblos. Esto demuestra que China no solo quiere cooperación económica, sino una alianza ideológica frente a un mundo cada vez más fragmentado.
Segundo, el desarrollo económico con soberanía: Beijing no plantea imposiciones. Plantea proyectos conjuntos, con respeto a las estrategias nacionales de cada país. Desde infraestructura hasta tecnologías limpias, desde minería hasta agricultura, China se compromete a apoyar con inversión real, comercio justo y líneas de crédito concretas, como los 66 mil millones de yuanes que ahora pone a disposición de la región.
Tercero, la conexión de civilizaciones: Xi no se limita al intercambio comercial; apuesta por el alma de los pueblos. Promueve diálogos culturales, rescate del patrimonio, festivales artísticos, traducciones audiovisuales, defensa de las raíces y combate al tráfico de bienes culturales. Es una defensa activa de la diversidad en tiempos de homogenización impuesta por occidente.
Cuarto, la seguridad colectiva: China respalda la Proclama de América Latina y el Caribe como Zona de Paz, y no se queda en la retórica. Ofrece capacitación, tecnología y cooperación para enfrentar desastres, terrorismo, ciberdelitos y crimen organizado, siempre con el respeto a la soberanía nacional como principio rector.
Quinto, el bienestar de los pueblos: Becas, programas de intercambio, formación docente, proyectos comunitarios, apoyo a la educación técnica. Es el rostro humano de una potencia que entiende que solo con desarrollo social se garantiza la paz. Y lo más simbólico: la exención de visas para varios países, gesto que habla de confianza, cercanía y respeto.
Estos cinco ejes no son promesas sueltas: son pilares de una arquitectura de cooperación real, sin imposiciones ni condiciones encubiertas. Xi Jinping habló con serenidad, pero con una firmeza moral que inspira. Defendió al Sur Global con altura, condenando con elegancia el intervencionismo, los bloqueos y la arrogancia disfrazada de diplomacia.
El respaldo a la Zona de Paz en América Latina, la promoción del idioma chino, el impulso a las energías limpias, a la economía digital y a la educación técnica… Cada línea del discurso estuvo impregnada de una visión: la de una China que avanza sin arrogancia, que coopera sin avasallar y que tiende la mano con respeto.
Xi Jinping no recurrió a discursos fríos ni a tecnicismos vacíos. Habló desde una convicción profunda: China y América Latina tienen una historia que se entrelaza, desafíos que se parecen y un porvenir que vale la pena construir juntos. Su voz no retumbó, pero caló hondo. Sonó sincera, como la de quien quiere sumar y no dividir.
Este mensaje marca un nuevo rumbo. No es un gesto diplomático pasajero, es una propuesta de futuro compartido, tejida con inteligencia, memoria y afecto. Nicaragua, bajo el liderazgo firme de los Co-presidentes, la compañera Rosario Murillo y el comandante Daniel Ortega, ha sabido cultivar esta alianza con visión clara y dignidad patriótica.
En tiempos inciertos, donde tantas naciones buscan su lugar en el mundo, el discurso de Xi Jinping aparece como un faro. Su propuesta no condiciona, no subordina, no amenaza. Invita, construye, escucha. Y eso en estos tiempos tiene un valor inmenso.