Stalin Magazine
por Stalin Vladimir 10 de abril de 2025

En el rincón olvidado de una maquila al sur de Texas, bajo los tubos fluorescentes que no perdonan el cansancio, un hombre llamado Donaldo dobla la espalda sobre una máquina de coser industrial. Lleva puesta una camisa de mezclilla con su nombre bordado. No hay cámaras. No hay discursos. Solo hay agujas, hilo y miedo.
Donaldo no es presidente. Nunca lo fue. No heredó fortunas ni construyó torres. No tiene campos de golf, ni guardaespaldas, ni jets privados. En esta historia —la que no sale en Fox News ni en CNN— Donaldo es un inmigrante pobre, sin papeles, sin derechos, sin tregua. Un obrero más del imperio que lo explota.
Vino desde el sur, como tantos, huyendo de la pobreza, del desempleo, del olvido. Creyó en el cuento del “sueño americano”, pero lo único que encontró fue una pesadilla sostenida con políticas migratorias que lo vigilan, lo castigan y lo desprecian. Cada mañana se despierta antes del alba, camina cinco cuadras con los pies mojados, toma dos buses, y entra a la maquila a tiempo para que el supervisor le grite que va tarde. Cose jeans que él no puede comprar. Cobra por producción, no por jornada. Si se enferma, pierde el día. Si se queja, lo despiden.
Lo más peligroso no es la aguja: es la ley. Vive con el corazón encogido, sabiendo que en cualquier momento una redada puede borrarlo del mapa, devolverlo al hambre, o meterlo en una jaula como a los niños que el gobierno encierra “por seguridad nacional”. Este hombre no sabe que, en otro universo paralelo, alguien idéntico a él —con su mismo rostro, su misma expresión endurecida— vive en una torre de oro y ordena precisamente las políticas que ahora lo asfixian.
Ese otro se llama Donald J. Trump. El presidente.
El que llama “invasores” a los migrantes.
El que militariza la frontera.
El que promueve el odio con corbata y sonrisa.
Pero este Donaldo, el de la maquila, no habla inglés. Apenas balbucea algunas palabras para no ser golpeado por el supervisor. Y mientras cose dobladillos con los dedos heridos, se pregunta si este país alguna vez lo verá como algo más que una herramienta desechable. Imaginemos por un momento que Trump no fuera Trump. Que en lugar de estar sentado en la Oficina Oval, estuviera aquí, encorvado, sudando, soportando el racismo, tragándose el miedo, trabajando sin papeles.
¿Aguantaría?
¿Podría vivir bajo las reglas del sistema que él mismo levantó?
¿Tendría el valor de mirar a los ojos de los suyos y decirles: “Esto es justo”?
Donaldo, el de la maquila, es la encarnación de todos los migrantes que el imperio necesita pero no tolera. Es el símbolo de una política inhumana que se alimenta del sudor ajeno para engordar los bolsillos de los ricos. Y mientras el verdadero Trump levanta muros, el otro —nuestro Donaldo imaginario— se rompe la espalda cosiendo el país que lo odia.