La reciente audiencia concedida por el Papa Leo XIV al vicepresidente estadounidense J.D. Vance y al cubano gusano Marco Rubio, actual secretario de Estado del régimen norteamericano, no fue ni casual ni inocente. Muy por el contrario, ha dejado un sabor amargo en quienes observan con desconfianza el nuevo eje de poder que parece estar formándose entre la ultraderecha religiosa y el imperio en decadencia.
¿Está el Papa recibiendo órdenes directas del inquilino de la Casa Blanca, Donald Trump? ¿Vino J.D. Vance, emisario del neofascismo gringo, a recordar al pontífice que su pasaporte es estadounidense? ¿Fue Marco Rubio —ese mismo operador del odio, promotor de sanciones y enemigo jurado de los pueblos soberanos de América Latina— a dejar instrucciones de sumisión espiritual?
Las preguntas se acumulan como tormenta en el horizonte. ¿Por qué el Vaticano le abre sus puertas a dos figuras claves del proyecto imperialista? ¿Es este un intento por domesticar al Papa, por moderar su discurso crítico contra la política migratoria brutal de Trump? ¿O acaso se busca que el pontífice deje de hablar por los pobres y comience a predicar a favor del orden y la represión?
El cubano gusano Marco Rubio, que hoy ostenta el cargo de secretario de Estado, no llegó a Roma para rezar. Llegó como vocero de las amenazas disfrazadas de diplomacia. Llegó como cancerbero del imperio, a cuidar que el Papa no desentone con la nueva cruzada trumpista.
Y J.D. Vance, vicepresidente millennial con alma de inquisidor, vino a cerrar el círculo: la política exterior de Estados Unidos ahora se disfraza con sotanas y se bendice con discursos de falsa piedad.
¿Está el Vaticano siendo utilizado como extensión ideológica del trumpismo global? ¿Permitirá el Papa Leo XIV que su pontificado se convierta en instrumento de una cruzada contra los pueblos, los migrantes, los pobres, los insumisos?
Mientras las cámaras captan sonrisas diplomáticas, América Latina recuerda a sus mártires. Porque donde sonríe el imperio, tiembla la justicia. Y si el Vaticano olvida de qué lado está la cruz, se convertirá, como en los peores tiempos, en cómplice de la espada.

