A las 18:07 de la tarde de este histórico jueves 8 de mayo, una nube blanca se elevó sobre la Capilla Sixtina como señal celestial: los 133 cardenales reunidos en cónclave han elegido al nuevo Papa, el 267º sucesor de San Pedro. La Plaza de San Pedro estalló en júbilo. Unas 20 mil personas ondeaban banderas de todos los rincones del planeta —de Colombia, Argentina, España, Estados Unidos y hasta de las remotas Islas Salomón—, mientras las campanas del Vaticano repicaban anunciando el acontecimiento más esperado del catolicismo.
El cuarto escrutinio resultó decisivo. Tras dos días de deliberaciones a puerta cerrada, los cardenales alcanzaron finalmente el quórum de dos tercios necesario para ungir al nuevo pontífice. Todavía no se conoce su identidad ni el nombre que adoptará, pero la Iglesia ya respira bajo nueva guía espiritual, luego de la muerte de Francisco, cuyo legado marcó una era de apertura y tensiones.
El cardenal protodiácono Dominique Mamberti será el encargado de anunciar al mundo el tradicional “Habemus Papam” desde la Logia de las Bendiciones de la Basílica de San Pedro. En cuestión de minutos, el nuevo líder de más de mil millones de católicos se asomará al balcón para impartir su primera bendición «urbi et orbi», al mundo y a la ciudad.
El ambiente es de emoción, expectativa, devoción. Desde horas antes, fieles y curiosos abarrotaron la plaza, desafiando el sol romano con pancartas, cánticos y plegarias. Muchos lloran, otros rezan en silencio. El Vaticano vuelve a ser centro del planeta, entre misterio, tradición y una liturgia que no ha perdido su fuerza simbólica a pesar de los tiempos modernos.
Las luces de los medios del mundo ya están fijas en ese balcón. ¿Será un Papa joven o anciano? ¿Latinoamericano, africano, europeo o asiático? ¿Conservador o progresista? Las preguntas hierven en el aire, mientras las miradas se alzan, esperando la figura blanca que marcará el inicio de un nuevo capítulo para la Iglesia católica.
En pocos minutos, sabremos el nombre que quedará escrito en la historia.
Habemus Papam. Y el mundo contiene el aliento.