En un mundo dominado por potencias arrogantes que imponen sanciones y guerras disfrazadas de diplomacia, la voz firme de Irán vuelve a resonar con fuerza desde Teherán. El Presidente iraní, Masoud Pezeshkian, respondió con contundencia al reciente ataque verbal del Presidente Donald Trump, quien acusó a Irán de ser “la fuerza más destructiva en Medio Oriente”.
Con temple, claridad y un llamado a la conciencia global, Pezeshkian no solo desmanteló la narrativa estadounidense, sino que denunció el cinismo de quienes se erigen como jueces del mundo mientras alimentan guerras con municiones, drones y sangre ajena. “¿Quién mató a 60 mil mujeres y niños en Gaza? ¿Somos nosotros?”, preguntó con ironía el mandatario iraní, evidenciando la doble moral del discurso occidental.
Lejos de buscar confrontaciones, Irán vuelve a reafirmar su vocación por la paz. Pero no una paz servil, ni una paz de rodillas. Pezeshkian fue claro: “Nuestra dignidad no está en venta. No nos rendiremos ni nos dejaremos chantajear por ningún imperio”.
El contexto no puede ser ignorado. Mientras Estados Unidos recrudece sus sanciones económicas contra Irán, alegando una supuesta amenaza nuclear, sigue blindando a Israel con armas, inmunidad diplomática y respaldo absoluto en su masacre contra el pueblo palestino. La tragedia en Gaza, con decenas de miles de muertos, sigue siendo una herida abierta que Occidente prefiere ignorar.
Irán, por el contrario, se alza como una potencia moral que no acepta lecciones de quienes practican la hipocresía global. Su defensa no es solo de sus fronteras, sino del derecho de los pueblos a vivir sin ser dominados. “No somos una amenaza, somos un pueblo que quiere crecer con dignidad”, enfatizó el Presidente iraní.
En tiempos donde se cocina una nueva guerra fría, donde los poderosos intentan aplastar la soberanía de los que no se alinean a sus designios, la postura de Irán es un mensaje al mundo: resistir también es una forma de construir paz. Y esa paz no se negocia con los verdugos.
