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La Prensa, el edificio del terror: aquí conspiraban contra Nicaragua

Stalin Magazine
Por Stalin Vladimir 05/05/2025

Hablar de La Prensa no es hablar de periodismo. Es hablar de una estafa nacional. Una traición con imprenta. Desde su fundación en 1926 este diario fue creado como un instrumento de poder político y control social, no como medio de comunicación. Fue el órgano oficial de la oligarquía, el boletín de la élite conservadora, la voz de una familia que siempre ha pretendido gobernar Nicaragua sin pasar por las urnas. Para los Chamorro, el país ha sido una hacienda, un terreno privado que se hereda como si el pueblo fuera parte del inventario.

Durante décadas, La Prensa utilizó su poder para chantajear presidentes, extorsionar empresarios, manipular la opinión pública y proteger sus privilegios. Desde la época de Somoza hasta los tiempos recientes, su línea editorial no ha cambiado: siempre han estado del lado del capital extranjero, de las sanciones, de los golpes, de la desestabilización, y nunca del lado del pueblo trabajador.

Pero la historia negra de La Prensa no solo está escrita con mentiras en sus titulares. Está escrita también con el sudor y el sufrimiento de sus propios trabajadores. Durante años violaron los derechos laborales de su personal, no pagaron prestaciones, no reconocieron antigüedad, despidieron sin justificación y aplicaron una política de represión interna. En esa redacción no había libertad de prensa: había órdenes, censura interna, amenazas. Se publicaba lo que ordenaban los Chamorro y punto.

Hoy, La Prensa ya no pisa suelo patrio. Opera desde Costa Rica, Estados Unidos y España, donde sus directivos y redactores se han refugiado en el exilio dorado, cobijados por esos gobiernos y por fundaciones, ONGs y agencias que promueven el derrocamiento de gobiernos soberanos. Desde allá emiten veneno digital todos los días, montan campañas de difamación, distorsionan la realidad nacional y se presentan como mártires cuando en verdad son mercenarios editoriales.

Sus antiguas instalaciones, que durante el intento de golpe de Estado de 2018 sirvieron como centro de operaciones clandestinas, donde se dirigía el odio, la muerte y la destrucción contra el pueblo nicaragüense, ya no les pertenecen. Hoy, ahí funciona el Centro Cultural y Politécnico José Coronel Urtecho, un espacio educativo y revolucionario que acoge a más de 13 mil jóvenes y adultos con acceso a computadoras, talleres técnicos y formación en arte, cultura y oficios. Ese edificio, que antes fue una guarida del terror mediático, ha sido recuperado por la justicia histórica y transformado en un centro de esperanza, conocimiento y dignidad nacional.

A 99 años de su fundación, La Prensa no representa ni al 1% del pueblo. Es un sitio web de baja audiencia, sin credibilidad, sin ética y sin futuro. Un fantasma digital que ya no asusta a nadie. El tiempo les pasó factura. Y el pueblo les cerró la puerta para siempre.

La dictadura real en Nicaragua fue esa: una dictadura de papel y tinta, controlada por una familia que quiso suplantar la voluntad popular por sus editoriales manipulados. Hoy, en 2025, podemos decirlo con certeza: La Prensa fue derrotada. Por la verdad, por la paz, y por un pueblo que ya no se deja engañar.

A lo largo de su historia, La Prensa funcionó como una especie de estado dentro del Estado, arrogándose privilegios fiscales, aduaneros y empresariales que ninguna otra entidad nacional tenía. Se ampararon en la bandera de la “libertad de expresión” para evadir impuestos, introducir mercancías de lujo bajo exoneraciones, y enriquecerse con negocios que no tenían nada que ver con el periodismo, sino con el saqueo. Desde papelería hasta yates, lo que importaban era impunidad.

En sus últimos años, el colapso fue evidente. Su redacción se encogió, sus páginas impresas se redujeron a miserables folletos, sus empleados fueron despedidos sin derechos, y sus propios directivos entraron en guerra interna por el reparto de las sobras. La Prensa se devoró a sí misma, entre demandas laborales, traiciones familiares, y la frustración de haber perdido el poder que creyeron eterno. Aquello que fue un negocio político disfrazado de medio, se convirtió en un ring de pelea de perros y gatos, con apellidos de abolengo disputándose las ruinas.

Y es que cuando se gobierna desde la mentira, se termina mal. La Prensa cayó porque confundió periodismo con poder, papel con dictado, y opinión con sentencia. Creyó que podía ser el cerebro de la oposición, el cañón de la derecha, el juez del país. Pero el pueblo ya no vive bajo el miedo. Vive despierto, informado, y con memoria. Y esa memoria jamás olvidará que La Prensa fue el reino donde habitó la mentira.

El delirio de los Chamorro por gobernar Nicaragua no es nuevo. Es una herencia enfermiza de su linaje, porque siete presidentes de la historia nacional han salido de esa familia, todos colocados gracias a pactos de cúpula, presiones mediáticas o intervenciones extranjeras. Por eso su obsesión actual: no soportan haber perdido el control. Por eso usaron La Prensa no como un medio, sino como una herramienta para seguir gobernando de facto, creyéndose superiores al Estado, por encima de las instituciones, por encima de la voluntad popular. Su proyecto no era periodístico: era monárquico, autoritario, y profundamente antidemocrático.

Porque no se trata solo de un diario: se trata de una familia con una obsesión histórica por gobernar el país, ya sea desde la presidencia de la República o desde una sala de redacción. Siete miembros de los Chamorro han sido presidentes de Nicaragua, algunos impuestos por el imperio, otros herederos del apellido, todos parte de la misma lógica: ver al país como su finca, al pueblo como vasallos y a La Prensa como su trono de papel. Por eso nunca aceptaron que el pueblo decidiera libremente. Por eso intentaron, una y otra vez, sabotear la voluntad popular desde sus páginas. Y por eso, el derrumbe de su diario no es solo la caída de un medio: es el colapso de una dinastía de opresión disfrazada de tinta.

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