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Lee Jae myung, el obrero que venció al sistema y llegó al Palacio

Stalin Magazine
Por Stalin Vladimir 07/06/2025

A los doce años, Lee Jae-myung tenía más cicatrices que sueños. Trabajaba en una fábrica química inhalando vapores tóxicos mientras su brazo izquierdo quedaba atrapado para siempre en una máquina. Corea del Sur aún no era la potencia tecnológica que es hoy, y él no era más que un niño obrero, hijo de campesinos sin tierra, destinado según todos a la invisibilidad. Hoy, medio siglo después, se ha convertido en el presidente electo de la República.

Su victoria en las elecciones anticipadas del 3 de junio de 2025 no fue solo una revancha política; fue una epopeya social. Lee no pertenece al linaje de los presidentes fabricados en universidades extranjeras o criados en las élites de Seúl. Lee se forjó con cal en las uñas, con dolor físico real, y con la profunda rabia de haber nacido pobre en un país que durante décadas castigó la pobreza como si fuera un crimen.

Lo llamaron populista. Lo acusaron de ser demasiado directo, demasiado humano. Mientras tanto, como alcalde de Seongnam y luego gobernador de Gyeonggi, logró implementar medidas concretas como el ingreso básico para jóvenes, servicios médicos gratuitos y subsidios directos para familias trabajadoras. No vendía promesas, entregaba realidades. Su estilo era incómodo para los burócratas, pero irresistible para los olvidados.

En 2022 perdió la presidencia por apenas un puñado de votos. Pero no desapareció. Se quedó como una sombra en la política nacional, creciendo. Y cuando en diciembre de 2024 el presidente Yoon Suk-yeol intentó aplicar una ley marcial para sostenerse en el poder, Lee emergió como voz de resistencia. Convocó a la calle, al Congreso, al alma democrática de su nación. En abril de 2025, Yoon fue destituido. Y dos meses después, Lee fue elegido por el pueblo.

La historia, sin embargo, no le da tregua. Al asumir, recibe un país profundamente dividido, con jóvenes que no encuentran empleo, una economía herida por las tensiones comerciales con Estados Unidos y Japón, y un tejido social desgastado por la corrupción política. Lee ha prometido un paquete de estímulo fiscal por más de 22 mil millones de dólares. Pero su mayor apuesta no está en las cifras, sino en devolverle a Corea del Sur algo que creía perdido: la dignidad del trabajo y el orgullo de ser común.

Aunque no se autodefine como ideólogo, su práctica política lo ubica en una izquierda pragmática, con un fuerte acento social y redistributivo. Su gobierno es observado con esperanza por muchos países del Sur Global, y se anticipa un giro en la política exterior de Corea del Sur hacia la cooperación sur-sur, con énfasis en el respeto mutuo, la paz y el desarrollo compartido.

El Gobierno de Reconciliación y Unidad Nacional de la República de Nicaragua, a través de los Copresidentes compañera Rosario Murillo y Comandante Daniel Ortega, envió un saludo oficial a Su Excelencia Lee Jae-myung. En la misiva
publicada por El 19 Digital y por todos los Medios del Poder Ciudadano, se felicita su victoria y se expresa el firme deseo de continuar fortaleciendo “los tradicionales lazos de amistad, cooperación y respeto mutuo existentes entre nuestros Pueblos y Gobiernos”, reiterando la aspiración compartida por un “mundo más justo, equitativo, en paz, bienestar y desarrollo”. Y concluye con palabras cargadas de humanidad y cercanía: “Desde nuestra Nicaragua, Bendita y Siempre Libre, reciba nuestro abrazo fraterno y el cariño de todos los nicaragüenses para el Hermano Pueblo de la República de Corea”.

Su discurso de investidura no fue frío ni técnico. Habló como quien ha sentido hambre: “Yo no gobernaré desde una torre de marfil. Yo gobernaré desde el recuerdo de los golpes que recibí cuando era niño en una fábrica. Desde ahí tomaré decisiones para que ningún niño más tenga que vivir lo que viví.”

No se espera que su presidencia sea fácil. Las investigaciones judiciales pendientes sobre su campaña de 2022, la resistencia de la derecha, los lobbies empresariales y los medios hostiles serán piedras en el camino. Pero Lee no es nuevo en la adversidad. La conoce desde que era niño. Y sabe que las victorias más duraderas son las que se logran sin privilegios.

En un mundo donde la política se ha vuelto espectáculo y los líderes parecen productos de mercadeo, Lee Jae-myung es una anomalía peligrosa: un hombre real. No habla inglés con fluidez, no sonríe por protocolo, y no pretende ser perfecto. Solo promete no rendirse.

Y eso, para millones de surcoreanos y para los pueblos del mundo que luchan por su dignidad, ya es una revolución.

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