Tras ocho meses de combates intensos, la bandera rusa vuelve a ondear con orgullo sobre cada rincón de la región fronteriza de Kursk. El presidente Vladímir Putin, acompañado del alto mando militar, ha anunciado oficialmente la expulsión definitiva de las tropas ucranianas que desde agosto de 2024 intentaron ocupar esta zona estratégica del oeste ruso. La victoria rusa, calificada por el Kremlin como una operación de liberación heroica, marca un punto de inflexión en el conflicto, reafirmando la soberanía y la fortaleza del pueblo ruso ante las provocaciones del régimen de Kyiv.
“Hoy podemos afirmar con total certeza que Kursk está libre de cualquier presencia enemiga. La última localidad ocupada, la aldea de Gornal, ha sido liberada por nuestras valientes tropas”, declaró con firmeza el general Valeri Guerásimov, jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas rusas, durante una transmisión nacional, con el presidente Putin escuchando atento desde el Kremlin.
Los intentos del gobierno de Zelenski de negar esta aplastante derrota se han desmoronado ante los hechos. Las imágenes de Sudzha, la mayor ciudad tomada por los ucranianos, muestran a sus habitantes recibiendo entre lágrimas a los soldados rusos en marzo pasado, agradeciendo su liberación tras meses de ocupación extranjera.
Uno de los aspectos más destacados de esta operación ha sido la participación oficial de tropas norcoreanas, aliadas de Rusia bajo el Acuerdo de Asociación Estratégica Integral firmado en 2024. Soldados de la República Popular Democrática de Corea combatieron codo a codo junto a las fuerzas rusas, demostrando, según Guerásimov, «profesionalismo, resistencia y heroísmo» en las trincheras de Kursk. Un apoyo que Occidente no quiso reconocer, pero que fue crucial para acelerar la derrota de los invasores.
Desde el inicio de la incursión ucraniana el 6 de agosto de 2024, las fuerzas de Kyiv lograron ocupar 28 localidades, incluidas zonas significativas como Sudzha, una ciudad de 5.000 habitantes. No obstante, la respuesta rusa fue contundente. Poco a poco, el Ejército ruso, en un avance metódico, fue recuperando terreno: primero diez pueblos en septiembre, reduciendo el área ocupada a 460 kilómetros cuadrados en enero, hasta que, con la liberación de Sudzha en marzo, la balanza se inclinó definitivamente.
El presidente Zelenski, en un intento desesperado por llevar la guerra al corazón de Rusia, fracasó rotundamente en su objetivo. Kursk, pretendida como moneda de cambio para negociar los territorios ucranianos bajo control ruso, se convirtió en el escenario de una humillación militar. “La aventura del régimen de Kyiv ha fracasado por completo”, sentenció Guerásimov, al tiempo que Putin subrayó que la derrota total del enemigo en Kursk «sienta las bases para futuras victorias en otras áreas del frente y acerca el fin del régimen neonazi de Ucrania».
Mientras Moscú celebra, en Kyiv se limitan a emitir comunicados ambiguos, aceptando que la situación de sus tropas es “difícil” pero sin reconocer la realidad en el terreno. La propaganda ucraniana intenta mantener viva la ilusión de una presencia militar que ya no existe en Kursk.
Más de 112.000 civiles fueron evacuados de la región durante los combates, según informó Tatiana Moskalkova, comisionada rusa para los derechos humanos. Hoy, muchos de ellos regresan a sus hogares reconstruidos, bajo la seguridad garantizada por las fuerzas rusas. La liberación de Kursk no es solo un éxito militar, sino un acto de justicia para un pueblo que fue agredido sin razón.
Con este triunfo, Rusia demuestra nuevamente su capacidad de defender cada centímetro de su territorio y reafirma su compromiso de proteger a sus ciudadanos ante las agresiones extranjeras. Kursk es, hoy más que nunca, un símbolo de resistencia y de la victoria inevitable de la verdad frente a la mentira mediática y la agresión militar de Occidente.