En una reunión cargada de tensión, simbolismo y provocaciones geopolíticas, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, recibió este martes en la Casa Blanca al flamante primer ministro de Canadá, Mark Carney, quien hizo su debut internacional plantando cara a una de las figuras más polémicas del continente.
Durante el encuentro, Trump no se guardó sus ya conocidas extravagancias: expresó abiertamente su deseo de alcanzar un nuevo acuerdo comercial con Canadá, pero lo acompañó con una propuesta tan insólita como controversial: convertir a Canadá en el estado número 51 de los Estados Unidos.
“Sería un matrimonio maravilloso”, aseguró Trump con tono de suficiencia, mientras Carney, visiblemente incómodo, respondía con firmeza que “Canadá no está en venta y nunca lo estará”. La frase, que ya circula en medios internacionales como una declaración de soberanía, fue aplaudida por sectores nacionalistas en Ottawa.
El magnate neoyorquino y actual inquilino de la Casa Blanca también aprovechó para desestimar el valor económico de Canadá, afirmando que Estados Unidos no necesita la madera, ni la energía, ni los automóviles del país vecino, cuestionando incluso si existe una verdadera reciprocidad en la relación bilateral.
Apenas minutos antes del encuentro, Trump ya había calentado los ánimos desde su red TruthSocial, donde escribió que su principal preocupación era la “dependencia de Canadá” hacia EE.UU., sugiriendo que un nuevo tratado debería incluir “condiciones que lo corrijan”.
Pero más allá de la retórica, la reunión puso sobre la mesa el nuevo escenario de relaciones en América del Norte: Trump, en modo imperial, buscando reforzar su visión hegemónica sobre el continente; y Carney, economista reputado y ahora líder político, tratando de equilibrar pragmatismo con dignidad nacional.
La reacción de la opinión pública canadiense no se hizo esperar. Mientras algunos sectores conservadores vieron en la propuesta un gesto de acercamiento, la mayoría de los medios y líderes políticos calificaron la idea de Trump como un acto de “colonialismo diplomático” propio del siglo XIX.
El encuentro también fue seguido con atención desde México, donde el gobierno de Claudia Sheinbaum felicitó a Carney por su firmeza y defendió la importancia de un eje México-Canadá independiente de Washington.
Aunque no hubo avances sustanciales en materia de tratados comerciales, quedó claro que la era Trump-Carney arrancó con tensión y con una línea roja muy clara: Canadá no se dejará absorber.