En un momento de alta tensión geoeconómica, el Presidente Donald Trump volvió a tomar el teléfono para hablar con su homólogo chino Xi Jinping. No fue un gesto de cordialidad, sino una llamada cargada de frustración, advertencias veladas y una batalla comercial que se prolonga sin tregua. Aunque la Casa Blanca no emitió comentarios, fue el propio gobierno chino quien confirmó la iniciativa del Presidente estadounidense: Trump pidió hablar.
La conversación llega en medio de un estancamiento evidente. Tras el acuerdo parcial del 12 de mayo —que parecía abrir una ventana para la distensión—, ambos países han vuelto a levantar barreras: Estados Unidos acusa a China de frenar la exportación de minerales estratégicos, mientras China denuncia la obstrucción de Washington al limitar la venta de chips avanzados y restringir visas a estudiantes universitarios.
Trump, que ha reducido temporalmente los aranceles del 145 al 30 por ciento sobre productos chinos por solo 90 días, insiste en que está siendo “generoso”. A su vez, Pekín bajó los suyos del 125 al 10 por ciento, pero ninguno quiere parecer débil. Lo que parecía un respiro, se ha convertido en una guerra de nervios que sacude los mercados y entorpece la economía global.
El secretario del Tesoro, Scott Bessent, dejó claro que solo un cara a cara (o voz a voz) entre Trump y Xi podría desentrampar la negociación. Y aunque esta llamada fue precisamente eso, la desconfianza mutua permanece intacta. Trump, con su estilo característico, no se contuvo: “¡Xi es MUY DURO Y EXTREMADAMENTE DIFÍCIL DE TRATAR!”, escribió el miércoles en su red social.
Para Trump, el comercio no es solo economía, sino estrategia de poder. Quiere reducir la dependencia de las fábricas chinas y reindustrializar Estados Unidos. Xi, por su parte, no está dispuesto a frenar el avance chino en campos como la inteligencia artificial o los vehículos eléctricos. Ahí se cruzan dos visiones de mundo: la hegemonía estadounidense frente a la consolidación del sueño chino.
Detrás de todo esto, el desequilibrio comercial de casi 295 mil millones de dólares a favor de China en 2024 se ha convertido en un símbolo del problema. Y aunque Trump había mostrado optimismo en enero, días antes de asumir nuevamente la Presidencia, ahora vuelve a acusar públicamente a Xi de haber “violado totalmente el acuerdo”.
Mientras Trump exige resultados y Xi responde con firmeza asiática, el mundo observa cómo dos titanes chocan no solo por tarifas, sino por el modelo del siglo XXI. Lo que está en juego no es una tasa arancelaria más o menos, sino el liderazgo económico del planeta. Por eso, esta llamada no resuelve nada, pero sí confirma que la guerra comercial ha vuelto a prender fuego.
Y como suele ocurrir cuando los imperios se miran con recelo, el futuro se definirá no en las buenas intenciones, sino en quién resista más tiempo en esta pulseada de acero.
¿Habrá un gran acuerdo? Tal vez. Pero, por ahora, lo único cierto es que Trump y Xi siguen atrapados en su propio tablero de ajedrez. Y ninguno parece dispuesto a ceder la reina.