De traje blanco impecable, kufiyya roja y mirada firme tras unos lentes oscuros, así se presenta Turki Alalshikh, el magnate saudí que ha convertido el boxeo en un escenario de poder global. No es promotor, no es boxeador, no es manager. Es algo más temido y respetado: es el arquitecto invisible del nuevo orden pugilístico mundial. Y lo dirige desde el corazón del desierto, con petrodólares, luces de neón, y la venia de la monarquía saudita.
Turki Alalshikh es consejero real del príncipe heredero Mohammed bin Salman y presidente de la Autoridad General de Entretenimiento de Arabia Saudita. Su rol oficial podría sonar administrativo, pero en la práctica, es el cerebro detrás del colosal plan saudí llamado Visión 2030, un proyecto que pretende diversificar la economía del reino y lavar la imagen internacional del país a través del deporte y el espectáculo.
En esa misión, Alalshikh tomó una decisión radical: apropiarse del boxeo profesional. Y lo ha hecho sin pedir permiso, trayendo las peleas más impactantes, las bolsas más millonarias y las producciones más extravagantes directamente a Riad. Hoy, Arabia Saudita ya no es una excentricidad en el calendario del boxeo. Es la Meca del espectáculo de puños.
En los últimos dos años, bajo su tutela, han peleado en suelo saudí:
Tyson Fury vs. Francis Ngannou
Anthony Joshua vs. Otto Wallin
Canelo Álvarez en varias exhibiciones de lujo
Oleksandr Usyk, Deontay Wilder y otros nombres pesados
E incluso la esperada unificación Fury vs Usyk, considerada la más cara de la historia
Alalshikh no es un promotor más. Él compra promotores, alquila boxeadores, financia cadenas de televisión y transforma cada pelea en un festival visual, donde la tradición árabe y la tecnología occidental se funden en un show global. Las bolsas alcanzan decenas de millones de dólares, y los púgiles —antes reacios— hoy se pelean por firmar con él.
Pero no todo es deporte. Alalshikh entiende que el boxeo es geopolítica pura. Arabia Saudita, señalada por Occidente por violaciones a derechos humanos, ha logrado limpiar su imagen promoviendo torneos de boxeo, WWE, Fórmula 1, conciertos de Madonna, partidos del Barcelona y peleas de alto voltaje.
Cada evento es un misil cultural que lanza el reino contra sus críticos. Cada nocaut televisado en Riad es una bofetada para las capitales de Europa que alguna vez fueron los templos del deporte. Y en el centro de esa operación está él: Turki Alalshikh, el showrunner del poder blando saudita.
Convertir a Arabia en el Hollywood del deporte. No solo organizar eventos, sino poseer las ligas, los derechos, las transmisiones. Convertir al país en el corazón del entretenimiento mundial. Y el boxeo es solo la punta del iceberg.
Mientras Las Vegas se ahoga en nostalgia y Londres en impuestos, Arabia Saudita avanza. Turki no tiene necesidad de negociar con federaciones; las compra. No ruega por sedes; las construye. No busca aceptación; la impone. El boxeo, ese deporte que alguna vez fue símbolo del orgullo obrero, hoy se arrodilla ante un nuevo patrón con turbante y petróleo.